Hace unos diez años, asistí por casualidad a una conferencia sobre la transición de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. En aquel momento, gran parte de lo que se decía aún sonaba teórico, casi académico. Se trataba de conceptos como la soberanía de los datos, la propiedad de la información y la cuestión de quién determinará realmente lo que será accesible en el futuro, y lo que no. Hoy, con un poco de distancia, esta conferencia parece sorprendentemente precisa. Al fin y al cabo, gran parte de lo que entonces se describía como un avance se ha hecho realidad. Cada vez más datos han migrado a la nube. Cada vez más información ya no se almacena en sistemas internos, sino en infraestructuras externas. Y cada vez más, ya no es el usuario, sino un proveedor, una plataforma o un conjunto de normas el que decide lo que es posible.
Para comprender esta evolución, conviene dar un paso atrás. La sociedad de la información en la que muchos de nosotros crecimos no era un estado normal. Era una excepción histórica.